¿Cuántas veces hemos escuchado o leído opiniones sobre los problemas que aquejan a nuestra sociedad? ¿Cuántas veces hemos expresado nosotros mismos nuestro punto de vista sobre lo que debería hacerse para mejorar las cosas en nuestras propias organizaciones? ¿Y cuántas veces hemos pasado de la opinión a la acción, de la palabra al hecho, de la crítica a la propuesta? Por desgracia, la relación «opinadores» vs «hacedores» es claramente favorable hacia los opinadores: es más fácil opinar que ponerse manos a la obra y ensuciarse las manos.
Con esta reflexión me gustaría destacar la importancia de no quedarnos solo en el nivel de la opinión, sino de pasar al nivel de la acción, ya que las opiniones, sin más, no provocan cambios. En muchos ámbitos de la sociedad (profesional, personal, político) nos encontramos siempre con gente que fácilmente aporta su opinión, pero a la hora se moverse a la acción la cosa cambia, a peor: me gustaría que no fuera así, pero la realidad es que estamos rodeados de «opinadores» y nos faltan «hacedores». Si queremos avanzar, no basta con opinar, ese es solo el preludio, ya que el cambio necesita de personas que se involucren, que no tengan miedo a equivocarse y tenga la humildad de reconocer.
¿Qué son los opinadores?
Los opinadores son aquellas personas que se limitan a expresar su opinión sobre cualquier tema, sin aportar nada más. No ofrecen soluciones, no se comprometen con ninguna causa, no asumen ninguna responsabilidad. Se sienten satisfechos con dar su parecer, aunque sea superficial, sesgado o infundado. Se creen con derecho a juzgar, criticar, descalificar, sin tener en cuenta las consecuencias de sus palabras. No les importa el diálogo, el respeto, la empatía. Solo les importa su ego, su imagen, su superioridad y creerse con la razón.
Los opinadores abundan en todos los ámbitos de la sociedad: en el trabajo, donde se quejan de todo, pero no hacen nada por mejorar la situación; en el ámbito familiar, donde dan consejos sin pedirlos, pero no se preocupan por los problemas reales; en política, donde se posicionan en un bando u otro, pero no participan activamente en la vida pública; y también, y con especial virulencia, en las redes sociales, donde lanzan sus opiniones al vacío, pero no se interesan por el debate constructivo.
Este tipo de actitud, por si sola, es dañina ya que las personas centradas sólo en opinar no provocan cambios porque su actitud es pasiva, negativa y egoísta. Son pasivos porque no actúan, no se implican, no se movilizan. Son negativos porque no aportan, no colaboran, no construyen. Son egoístas porque no escuchan, no respetan, no aprenden. Los opinadores se quedan en la superficie, en la apariencia, en la forma. No profundizan, no analizan, no comprenden. Los opinadores se conforman con opinar, pero no se esfuerzan por cambiar y, lo que es peor, muchas veces suponen un obstáculo para que otros promuevan cambios.
Pero, ¿porque pasa eso?¿Por qué es tan fácil opinar y tan difícil hacer?
No es fácil responder a esa pregunta. Una posible respuesta a esta pregunta es que opinar y hacer son dos procesos cognitivos muy distintos, que requieren diferentes niveles de esfuerzo, motivación y habilidad.
- Opinar es una forma de expresar nuestras creencias, valores y preferencias sobre algún tema, sin necesidad, muchas veces, de contrastarlas con la realidad, ni de asumir las consecuencias de nuestras palabras, y que requiere, en general poco esfuerzo. Opinar es una forma de satisfacer nuestra necesidad de comunicación, de reconocimiento y de pertenencia a un grupo, sin tener que comprometernos con nada más.
- Hacer es una forma de intervenir en la realidad, de transformarla según nuestros objetivos, de generar valor y de resolver problemas. Hacer implica poner en práctica nuestras ideas, someterlas a prueba, adaptarlas al contexto y a las circunstancias, y requiero tiempo y mucho esfuerzo. Hacer implica asumir riesgos, responsabilidades y desafíos. Hacer implica aprender, mejorar y crecer.
Por lo tanto, no es de extrañar que sea más fácil opinar que hacer, ya que el primero nos ofrece una gratificación inmediata (no requiere demasiado esfuerzo y se basa en actividades pasivas y reactivas) y el segundo nos exige una inversión a largo plazo (ya que hay que dedicar tiempo a pensar que hacer y ponerse manos a la obra, y se basa en actividades activas y proactivas). Opinar nos hace sentir bien, mientras que hacer nos hace ser mejores.
Para provocar cambios se necesita lo contrario de lo que hacen los opinadores. Se necesita actuar, aportar y escuchar. Se necesita actuar con coherencia, con responsabilidad, con compromiso. Se necesita aportar con soluciones, con colaboración, con construcción. Se necesita escuchar con diálogo, con respeto, con empatía. Para provocar cambios se necesita profundizar, analizar y comprender. Se necesita profundizar en los hechos, en los datos, en las evidencias. Se necesita analizar con argumentos, con razones, con criterios. Se necesita comprender el interés, la confianza, la voluntad. Para provocar cambios se necesita más que opinar, se necesita involucrarse, equivocarse (y no tener miedo a equivocarse) y reconocer, se necesita TIEMPO.
Necesitamos con urgencia cada vez más «hacedores», más agentes de cambio, personas que se pasan de la opinión a la acción, que se involucran en la transformación de la realidad.